La validez de Vladimir Lenin en tiempo de pandemia

Un día como hoy, hace 150 años nacía uno de los más importantes y trascendentes personajes del siglo XX. Vladimir Ilich Uliánov, mundialmente conocido como Lenin pasó a la historia como el dirigente de la primera revolución victoriosa del proletariado.
Quien se precia de conocer algo de política, indistintamente de la posición ideológica a la que se adscriba, no puede pasar por alto el nombre de Lenin y mucho menos no tener una posición respecto a su aporte en los campos de la política, la economía y la filosofía. Para las y los marxistas Lenin, sin lugar a dudas es el aporte fundamental para las ideas de Marx y Engels en lo que respecta a la construcción de las herramientas ideológicas y materiales para la lucha revolucionaria.
El aporte de Lenin al marxismo no solo radica en su gran capacidad de comprensión del mismo y su versatilidad para aplicarlo creadoramente en las circunstancias concretas de la Rusia de inicios del siglo XX; el gran legado de Lenin fue la consolidación de una propuesta filosófico-política mediante la praxis militante. En Lenin no se encuentra a un intelectual apartado de su realidad objetiva, sino que se identifica al militante comprometido con la causa revolucionaria y, en consecuencia, obligado a comprender radicalmente la realidad.
Más allá de los debates entre las diversas facciones del marxismo algo queda claro: no es posible pensar al marxismo en el siglo XXI sin pasar revista a la obra de Lenin tanto por su ingente capacidad para abordar las diferentes facetas y temáticas del desarrollo social de su época, como por la gran vigencia que mantienen sus planteamientos para comprender el desarrollo del capitalismo en los tiempos actuales.
Vale decir que la caracterización que Lenin realizó del capitalismo en su fase imperialista es hoy en día la más cercana a la forma en la que este sistema opera en la realidad concreta, y aunque otros intelectuales han profundizado en una u otra arista del desarrollo capitalista, resulta que ninguno de ellos puede omitir el concepto leninista del imperialismo.
Por su parte, si nos remitimos al impacto de la revolución de octubre en el curso de la historia humana, es imprescindible reconocer en el liderazgo y conducción política de Lenin unas cualidades que no se han observado nuevamente hasta la fecha. La toma del poder por los bolcheviques tras varios años de asedio a las instituciones, primero las zaristas y luego las burguesas, y los resultados económicos, políticos y sociales de aquella revolución no tienen comparación alguna con otro proceso revolucionario hasta la actualidad.
No obstante, este texto no pretende rendir culto a la figura de Lenin o reificarlo desde la nostalgia del siglo pasado. Rememorar la figura de Lenin adquiere sentido en la medida en que quienes nos reconocemos Leninistas lo hacemos en función de que sus ideas mantienen la capacidad interpretativa y práctica para mantener vigente la lucha por el socialismo y la emancipación de los pueblos.
Resulta que, tras la disolución de la URSS, el marxismo se enfrentó a una crisis en todos los ámbitos; su influencia en el mundo parecía llegar a su fin. Los ideólogos burgueses se apresuraron en señalar que el marxismo-leninismo había fracasado, mientras que muchos intelectuales de izquierda empeñaron sus esfuerzos por construir nuevas referencias interpretativas para la lucha política. Más lo cierto es que, pasados los años, ni la burguesía ha podido enterrar a su enemigo ni los post-marxistas han logrado construir una propuesta con la contundencia filosófico político, mucho menos práctica, que pueda conducir la lucha de clases hacia el triunfo de la clase trabajadora. Es más, todos estos intentos izquierdistas por desprestigiar al marxismo-leninismo no han hecho más que jugar de cómplices ingenuos de la devastación social y ecológica que el capitalismo imperialista ha logrado en el periodo de globalización neoliberal.
Mucho se ha dicho respecto a la necesidad de superar el concepto de lucha de clases, de renovar las estructuras partidarias, de ampliar las formas de lucha, más lo que queda de todos estos intentos es únicamente fracaso. La emergencia de los “nuevos” relatos, de las “nuevas” estrategias, de las “nuevas” formas de hacer política contra el capitalismo no han logrado acercarse siquiera en lo más mínimo a los niveles de enfrentamiento y acierto que Lenin logró en sus pocos años al mando de la Unión Soviética.
Más, podría haberse concedido el derecho a la duda, respecto a la efectividad de todas estas proposiciones hasta el desarrollo de la crisis sanitaria global ocasionada por la pandemia del COVID-19, pues hoy la realidad no estalla en la cara y resulta absolutamente incuestionable que la contradicción fundamental que sostiene y condiciona el orden mundial vigente es la contradicción capital/trabajo.
Las diferentes formas en las que el mundo ha intentado hacer frente a la crisis sanitaria señala que en última instancia el condicionamiento de las mismas responde a la prioridad que se dé al capital o la clase trabajadora. A pesar de que la pandemia no distingue, desde lo biológico, a ningún ser humano; en términos sociales son las enormes masas de trabajadores quienes hoy enfrentan los mayores riesgos tanto en su salud como en la posibilidad de vivir en condiciones de dignidad. Las élites gobernantes –estados y corporaciones- no han escatimado esfuerzos por garantizar las condiciones para la continuidad de los procesos de explotación y despojo mientras abandonan a su suerte a millones de personas que hoy ven como los sistemas de salud y seguridad social así como las instituciones de las democracias burguesas son desbordadas para atender y garantizar sus derechos básicos.
Resulta paradójico pensar que, en medio de una de los episodios más complejos que ha afrontado la humanidad en la historia contemporánea, las corporaciones transnacionales no solamente no han disminuido sus ingresos, sino que los aumentan. El imperialismo ha echado mano de la crisis para aumentar sus rendimientos. Empresas como Amazon cínicamente anuncian que no dan abasto con las ventas, los bancos y corporaciones financieras proyectan grandes cantidades de dinero para entregar préstamos a países y ciudadanos que que aceptan cualquier condición para recibir recursos para enfrentar este periodo y los meses y años posteriores a esta crisis sanitaria. Las corporaciones se alistan a lanzar campañas de que permitan que la gente “supere” el trauma del encierro mediante el consumo desquiciado de todo tipo de bienes.
La burguesía, en extremo, ha demostrado su carácter psicópata a tal punto que como señalaba Fredric Jameson “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Hoy enfrentamos de la forma más evidente los límites de la civilización y a pesar de ello no parece haber indicios de una modificación sustantiva de los patrones de comportamiento social, mucho menos en lo que refiere a la generación de conciencia social respecto a la necesidad del cambio civilizatorio.
Aunque las condiciones objetivas a nivel mundial son más que evidentes respecto a que en el capitalismo la humanidad misma se encuentra en peligro mortal, las condiciones subjetivas no se encuentran desarrolladas como para pensar en que de esto podrá surgir un movimiento social que modifique el orden vigente.
Lejos de adscribirnos a posiciones pesimistas sobre la inviabilidad de la lucha revolucionaria, la certeza interpretativa que aporta Lenin y las orientaciones prácticas para la lucha social ratifican el compromiso ético con hacer de estos tiempos, los propicios para crear conciencia en las enormes masas trabajadoras y pasar del miedo a la voluntad, del sálvese quien pueda a la solidaridad colectiva, de los discursos profascistas de la seguridad a la lucha internacionalista.
Por ello la importancia de la organización, el desarrollo permanente del Partido, la formación de sus cuadros y la generación de conciencia para la lucha revolucionaria. El mayor desafío de las y los comunistas no está en demostrar la veracidad de los planteamientos marxistas leninistas sino en ser capaces de implementar su propuesta organizativa en la herramienta política fundamental: un partido de clase con capacidad de organización, unidad y lucha.
Finalmente, tal como decía Lenin:
La ley fundamental de la revolución, confirmada por todas las revoluciones, y en particular por las tres revoluciones rusas del siglo XX, consiste en lo siguiente: para la revolución no basta con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de seguir viviendo como viven y exijan cambios; para la revolución es necesario que los explotadores no puedan seguir viviendo y gobernando como viven y gobiernan. Sólo cuando los “de abajo” no quieren y los “de arriba” no pueden seguir viviendo a la antigua, sólo entonces puede triunfar la revolución. En otras palabras, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores). Por consiguiente, para hacer la revolución, hay en primer lugar, que conseguir que la mayoría de los obreros (o en todo caso la mayoría de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos) comprenda profundamente la necesidad de la revolución y esté dispuesta a sacrificar la vida por ella; en segundo lugar, es preciso que las clases gobernantes atraviesen una crisis gubernamental que arrastre a la política hasta a las masas más atrasadas…, que reduzca a la impotencia al gobierno y haga posible su rápido derrocamiento por los revolucionarios.

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