Antes de la revolución bolchevique de 1917, la ciencia en Rusia se había desarrollado primordialmente en unas cuantas instituciones de élite que contaban con el apoyo generoso del Estado. Estas formaban una pirámide jerárquica, con la Academia Imperial Rusa de Ciencias.
El triunfo de la revolución en un país atrasado, como la Rusia zarista de 1917, llevo a plantear las cosas de una manera algo distinta. Se planteó el desarrollo científico como una cuestión de supervivencia frente a las grandes potencias imperialistas, que en aquel momento dominaban la ciencia.
Debido a la necesidad de restaurar y desarrollar la industria rusa, el gobierno soviético encabezado por Lenin comprendió que era esencial impulsar la educación y la ciencia con el fin de construir el socialismo. Las instalaciones destinadas a la investigación y la educación se multiplicaron durante los años veinte. Se fundaron nuevas academias dedicadas a la geografía y otros temas específicos y se crearon numerosos institutos de investigación y educación. Los científicos soviéticos trataron de restaurar los vínculos internacionales y la colaboración con las instituciones extranjeras.
Es necesario mencionar el enorme esfuerzo educativo y alfabetizador que tuvieron que hacer los soviéticos para sacar adelante un país en el que, antes de la revolución, apenas una cuarta parte de sus habitantes sabían leer y escribir.
Durante los años 30 los bolcheviques impulsaron la creación de varias escuelas, institutos y “facultades obreras”; así como también potenciaron las capacidades educativas de las instituciones ya existentes.
Basta con anotar que en la Academia Petrovski (actualmente Academia Agrícola Timiriazev) en vísperas de la Revolución de Octubre, entre los 1, 322 estudiantes con que contaba había: 2 príncipes, 1 barón, 170 nobles, 196 hijos de militares, 94 hijos de eclesiásticos, 72 ciudadanos de honor, 73 comerciantes. En 1939 en dicha Academia estudiaban 636 obreros, 726 campesinos koljosianos y 652 empleados públicos.
Para los años 40 el desarrollo de la ciencia fue de la mano con el esfuerzo bélico soviético, pues había iniciado la segunda guerra mundial. El gobierno apoyó la labor de investigación y los científicos se convirtieron en miembros respetados de la élite intelectual. Igor Kurchatov y Andrei Sajárov contribuyeron a la creación de la bomba atómica en 1949 y a la bomba de hidrógeno en 1953. La Academia de las Ciencias recibió ayuda del gobierno, permitiéndole aumentar su número de socios y ampliar sus centros de investigación.
Entre 1954-1961, la URSS ocupaba un lugar preponderante en la aplicación práctica de la energía atómica, habiendo construido la primera central atómica y el primer buque rompehielos propulsado por energía atómica. También, ocupaba un lugar destacado en la carrera espacial.
Posteriormente las políticas de estado y el devenir histórico de los acontecimientos dificultarían que los soviéticos continúen con su producción científica técnica, la cual quedaría estancada para finales de los años 70.





