Defender la independencia y la soberanía es defender la vida

Defender la independencia y la soberanía es defender la vida.

“El respeto a la patria es el respeto a su independencia y soberanía plenas, tengamos el honor de merecerlas” – Nela Martínez.

A 130 años del triunfo de la Revolución Liberal, la historia vuelve a repetirse, pero ya no como tragedia, sino como farsa. Un año antes de aquella gesta emancipadora, el entonces presidente conservador Luis Cordero protagonizó el escandaloso episodio de la “venta de la bandera”, cuando puso el símbolo patrio al servicio de los intereses del Imperio japonés. Hoy, con el mismo descaro y servilismo, 82 asambleístas pretenden entregar no solo la bandera, sino el suelo patrio y nuestras Fuerzas Armadas a los intereses del imperialismo estadounidense.

En nombre de la lucha contra el narcotráfico —una retórica cada vez más vacía y funcional al intervencionismo— estos traidores a la patria buscan reformar la Constitución para permitir la instalación de bases militares extranjeras. Pero los intereses de Estados Unidos son claros: no se trata de combatir el crimen, sino de reposicionarse geoestratégicamente en la región frente a sus adversarios globales, como China y Rusia. La ubicación del Ecuador, con sus puertos sobre el Pacífico y su cercanía a enclaves clave, lo convierte en una ficha geopolítica de altísimo valor en este nuevo tablero de confrontación global.

Este es el escenario político que vivimos. A Daniel Noboa le bastaron pocas semanas para consolidar una mayoría en la Asamblea Nacional. Lamentablemente, esa mayoría fue posible gracias a la traición de legisladores que llegaron bajo la sombra del movimiento Pachakutik y del respaldo popular al liderazgo de Leonidas Iza. Esos asambleístas no solo traicionaron el mandato del pueblo que los eligió, sino que se alejaron de los principios y del programa del movimiento indígena. Pero eso es, como se dice, solo una raya más al tigre.

El problema de fondo es más profundo: la presencia de una clase política oportunista, sumisa y sin convicciones, que se vende y vende a la nación. Hoy, esa mayoría legislativa —construida a punta de prebendas y pactos oscuros— se cree invencible, dueña de todos los poderes del Estado. Violan la Constitución, desprecian las leyes, y ni siquiera se preocupan por guardar las formas. Con un discurso polarizante y autoritario, allanan el camino para que Noboa y su élite empresarial se apropien del país, de sus riquezas y de su destino. A cambio, ellos reciben migajas.

La falta de cultura política en amplios sectores de la población genera un silencio que duele. Nuestras juventudes, en buena medida apartadas de la lucha social, son víctimas de un sistema que promueve el desencanto, el individualismo y el rechazo a la política. Mientras tanto, los sindicatos, las organizaciones de izquierda y los movimientos progresistas guardan un silencio estridente. La autocrítica brilla por su ausencia y muchos de sus dirigentes se han acomodado al rol de espectadores o, peor aún, de cómplices pasivos.

Canallas de cafetín que cobran sueldos del pueblo para atentar contra sus derechos y su soberanía. A ellos les decimos: ¡basta! Es hora de reactivar la movilización popular, de encender nuevamente la llama de la lucha revolucionaria. Necesitamos despertar el sentido del presente y el deseo de un futuro con justicia y equidad. Confiar en nuestra juventud e inyectarles el espíritu de Rumiñahui, el espíritu de Alfaro, el coraje de nuestras abuelas y abuelos que resistieron y siguen resistiendo.

El tiempo de la pasividad ha terminado. La batalla será en las calles, en los barrios, en las comunidades, en las aulas, en los campos y en las fábricas. Y será en la constancia de la lucha donde alcanzaremos la victoria.

Hoy más que nunca recordamos a nuestra incansable luchadora Nela Martínez y gritamos con ella:

“¡El respeto a la patria es el respeto a su independencia y soberanía plenas, tengamos el honor de merecerlas!”

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