Resultados electorales y perspectivas políticas.

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La reelección de Noboa no fue una victoria, sino la imposición del miedo como herramienta de dominación.

El 13 de abril de 2025 marcará un hito oscuro en la historia reciente del Ecuador. No solo se trató de una elección presidencial, sino de una validación popular —condicionada por el miedo, la propaganda y la manipulación mediática— del modelo neoliberal autoritario que Daniel Noboa representa. Su reelección no fue la victoria de un proyecto político claro, sino la consumación de un fenómeno de dominación simbólica y material cimentado en el miedo, el despojo y la despolitización.

En un país sometido por la violencia estructural de un narcoestado, donde las fronteras entre el poder económico, el crimen organizado y las instituciones estatales se han difuminado peligrosamente, la elección de Noboa constituye un retroceso democrático sin precedentes. La “victoria” del oficialismo solo es comprensible dentro de un contexto de profunda regresión autoritaria, que ha normalizado el uso sistemático de estados de excepción, la criminalización de la protesta y la manipulación electoral descarada.

La democracia ecuatoriana, reducida al rito electoral cada pocos años, ha sido desfigurada hasta sus cimientos. Desde la cooptación del Consejo Nacional Electoral, con Diana Atamaint como ficha del Ejecutivo desde 2018, hasta el uso instrumental del “Conflicto Armado Interno” para justificar la represión y el control total de la sociedad civil, todo apunta a una democracia en ruinas.

La convocatoria a elecciones se dio en un estado de excepción, lo que significó una suspensión efectiva de las garantías constitucionales y creó un entorno de coacción estatal. Las fuerzas armadas tomaron un rol central en la vida pública, mientras la propaganda oficialista saturaba el espacio simbólico con una narrativa belicista, anticomunista y de “orden”, borrando cualquier posibilidad de debate democrático real.

La victoria de Noboa se inscribe en un proceso más amplio de consolidación de un Estado fallido funcional: debilitado intencionalmente para facilitar la privatización total de los bienes públicos, la entrega de soberanía económica y territorial, y el control de las masas mediante el miedo y la represión.

Este es un Estado militarizado, estructurado para garantizar la operación del narco-empresariado y del capital transnacional. Lo que se impone no es solo una política económica liberal, sino un modelo de control total, donde la pobreza, el desempleo, la informalidad (que alcanza al 70% de la población) y la desesperanza son ingredientes de una estrategia deliberada para desarticular cualquier posibilidad de organización popular.

Frente a este panorama, las izquierdas han evidenciado una crisis estratégica y organizativa. Carentes de propuestas materiales concretas, atrapadas en debates autorreferenciales, sin capacidad de disputar el sentido común ni las emociones de las masas, han sido fácilmente desplazadas por una maquinaria comunicacional de la derecha que ha sabido instrumentalizar el miedo y el deseo de estabilidad. Por su parte, el progresismo, atrapado en la “pantomima electoral”, se muestra incapaz de confrontar a una ultraderecha que no cree en la democracia, sino que la instrumentaliza para legitimar su proyecto de control social y económico total.

El anticorreísmo, más que una ideología, se ha convertido en el sujeto político más coherente y eficaz, estructurado en el rechazo visceral al pasado, y útil para justificar cualquier atropello desde el presente. Así, Noboa representa no una propuesta, sino una vaciedad útil, una figura de cartón sostenida por el marketing y el poder empresarial.

Ante este escenario devastador, la única alternativa viable es la reconstrucción de la organización popular desde abajo, a partir de la solidaridad de clase y la reapropiación de la vida cotidiana como espacio de lucha. No hay retorno posible al progresismo domesticado. La disputa por el país se dará en las calles, en los sindicatos, en las comunidades, en los espacios de defensa del agua y el territorio, en las universidades, en los barrios.

Defender la Constitución no es ya un gesto legalista, sino un acto de rebelión colectiva contra el avance del fascismo, contra la militarización de la vida, contra la privatización del futuro. La historia reciente —desde Octubre de 2019 hasta el Paro de 2022— ha demostrado que el pueblo tiene capacidad de resistencia, pero necesita recobrar la esperanza, la creatividad, el humor y el amor por la vida digna como motores de la acción política.

El 13 de abril no solo se eligió un presidente: se legitimó un proyecto de destrucción sistemática del Estado social y democrático. La clase trabajadora no puede permitirse más ilusiones electorales vacías. Es momento de actuar, de resistir, de crear. La historia no se escribe sola: la organización es la única salida. El Nuevo Ecuador impuesto desde arriba será resistido desde abajo, con fuerza, con memoria y con dignidad.

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