Para comprender la actual tensión entre Israel, EE.UU, e Irán, es esencial observar la dimensión energética y estratégica del Medio Oriente. Basta señalar su contribución en la producción mundial de petróleo (33,5%) y gas natural (17,8%). Recursos como el yacimiento Leviatán en el Mediterráneo oriental —con 22,9 billones de pies cúbicos de gas irrecuperable — han consolidado a Israel como exportador de gas. Parte de estas reservas se ubican frente a la Franja de Gaza.
A ello se suma el yacimiento de gas natural Gaza Marine (descubierto en el 2000), en aguas territoriales palestinas, ” estimado en 30.000 millones de metros cúbicos y de un valor de miles de millones de dólares”; mismo que inicialmente se pretendía explorar con apoyo ruso; lo que confirma la dimensión económica del genocidio perpetrado por Israel en Palestina y los intereses norteamericanos en la región. No en vano entonces, EE.UU. mantiene alrededor de 27 bases militares en 12 países del Golfo, configurando una presencia estratégica que le permite controlar los flujos energéticos.
Por otro lado, Irán, aliado comercial de China y Rusia, opuesto a la política israelí, mantiene una posición geográfica estratégica: El Estrecho de Ormuz, ubicado entre las costas de Irán y Omán, es el punto neurálgico; por él transita el 20% del petróleo mundial. Su cierre tendría consecuencias económicas y globales y pondría en riesgo la seguridad energética. Particularmente en EE.UU., esto afectaría la provisión de cerca de 2 millones de barriles diarios.
Recordar que Irán posee una gran capacidad nuclear, aún luego del ataque de los EE.UU., el mismo Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), señaló que mantendría más de 400kg de uranio enriquecido al 60%, país que hasta antes de los ataques de Israel y EE.UU., ha mantenido el acuerdo de participación en el OIEA, garantizando que el organismo pueda realizar las inspecciones en el país frente al desarrollo nuclear, utilizando al momento de manera defensiva.
En este contexto, la alianza entre EE.UU. e Israel, ha utilizado la muletilla de la guerra contra Hamas, para acabar con el pueblo palestino y perpetrar ataques contra Irán; ocultando su verdadero propósito: una guerra comercial en el cual Medio Oriente juega un papel estratégico en la posesión de recursos energéticos.
Esta estrategia ha incluido la agudización de las sanciones económicas a Irán y el apoyo militar directo a Israel: el Pentágono ha enviado más de 76.000 toneladas de armamento y tecnología, utilizado en el genocidio palestino, pero además en los ataque a científicos nuclear desde dentro de Irán, presumiblemente con apoyo del Mossad.
La llamada tregua es frágil, y las posibles consecuencias geopolíticas son amplias: un cierre de Ormuz afectaría a la economía global; solo su anuncio (aunque no se concretó) provocó un alza del más del 7% en los precios del petróleo. Un avance nuclear iraní alteraría el equilibrio regional; y la expansión militar refuerza un conflicto donde los recursos energéticos son el botín principal. En el frente nuclear, Irán ha dejado de colaborar con OIEA, lo que pone en riesgo la paz mundial. Solo una reconfiguración global que fortalezca la diplomacia multilateral y frene la clara violación a derechos humanos, así como sancione a quienes atentan contra la paz mundial, puede frenar una posible catástrofe mundial; de manera paralela, pensar en procesos de transición energética, es un reto al que sin duda nos enfrentamos.




